Panteón de la Casa Alba (Loeches)

Domingo, 28 de mayo de 2017

¿Qué idea tiene el ciudadanito de a pié -siglo XXI-, aquel lego en historia de altas alcurnias o títulos nobiliarios, de la Casa de Alba?

Habrá que reconocer que nuestro mayor conocimiento procede del papel cuché. Hemos convivido con una Duquesita que ha dado mucho juego a nuestras vanitas vanitatis nacionales. Una duquesita que bailaba sevillanas con soltura y hasta se descalzaba para hacerlo, que vestía con llamativos colores y gastaba hippies tobilleras; que con sus ochenta años largos paseaba sus carnes lánguidas en bikini por las playas de Ibiza,... y hasta fue portada de una no consentida portada de  Interviú en topless; la lista de sus excentricidades, de llevarse a cabo, sería exhaustiva.



La Duquesa vivió siempre como quiso y se puso el "mundo por montera". Casada tres veces; con un noble, con un ex jesuíta,,... -y, cuando los hijos comenzaban a quitar protagonismo a la madre en la prensa rosa, con casamientos y descasamientos,...- , la noble dama vuelve a sorprender al mundo con su tercer matrimonio: con un discreto funcionario, que no cabe duda, supo cubrir las necesidades de los últimos años de la duquesita.

Doña Cayetana o Tana, como le gustaba que la llamasen ostentaba cuarenta y seis títulos nobiliarios (record Guiness), que al parecer le podrían haber dado potestad -de así haberlo querido- para entrar a la Catedral de Sevilla a caballo o no inclinarse ante el Papa o ante la Reina de Inglaterra; su patrimonio -a priori incalculable- cuenta con numerosos palacios a lo largo de todo el territorio nacional, fincas rurales, obras de arte,... Este legado que con su fallecimiento hereda su hijo mayor, Carlos Fitz-James y Martínez de Irujo -XIX Duque de Alba de Tormes-, no es algo salido de la nada, sino que lleva una acumulación de siete siglos detrás.

Lo cierto es que desde 1472 hasta nuestros días, la familia Alba ha sido la más poderosa de su tiempo y la más leal a la monarquía reinante -siempre que no fuera contra sus intereses-.

Desde el nombramiento de Fernando Álvarez de Toledo como I Conde de Alba de Tormes por el rey Juan II de Castilla  y la posterior pérdida del favor real que le hizo entrar en prisión, su hijo, García Álvarez de Toledo, luchó militarmente contra el rey hasta la muerte del padre de Isabel la Católica y nombramiento de su sustituto Enrique IV de Castilla, a quien permanecería fiel. Esta lealtad le supusieron a García el presente real de una vasta porción de tierras y el ascenso de I Conde de Alba a I Duque de Alba (1472). Esta fidelidad no le impidió asistir a la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón y una vez muerto Enrique IV, no tuvo ambages para ponerse al servicio de sus reales majestades. Ya se sabe: "A rey muerto, rey puesto".

De aquel I Duque de Alba al reciente nombramiento del XIX, todos y cada uno de los duques de la saga han cumplido con su obligación de salvaguardar e incrementar uno de los mayores patrimonios familiares de España.

Hoy es domingo, un anormal caluroso domingo de mayo y decidimos visitar una pequeñísima parcela de este gran legado del Ducado de Alba, pero no por pequeña menos entrañable para sus propietarios: El Panteón familiar de la Casa de Alba sita en Loeches, localidad del Este de la Comunidad de Madrid.

Convento de las Hermanitas Descalzas
Por falta de tiempo íbamos poco documentados: la dirección, que no podía ser otra que Plaza de la Duquesa, y poco más. Esa plaza, bonita y pueblerina, nos muestra una gran iglesia, aneja a un monasterio a mano izquierda y otro convento -Carmelitas Descalzas- a la derecha, con su correspondiente iglesia de mucho menores proporciones; todo cerrado a cal y canto. Empiezo a temerme lo peor.

Nos acercamos a un grupo de mujeres y cuando comienzo a preguntar,... "Buenos días, serían tan amables de indicarnos,...", una de ellas corta mi discurso y nos encamina unas calles más allá hacia otra iglesia. No me dejó terminar de decir lo que íbamos buscando, pero supuse que quizá era la enésima persona que le preguntaba por el Panteón de los Alba y por enésima vez contestaba a incautos visitantes. La buena mujer nos mandó a la Iglesia de la Asunción, donde hoy, domingo, como todos los de mayo, se celebran las comuniones de un buen número de niños del pueblo, dando por hecho que veníamos al evento de uno de ellos.

Preguntando ya, con todas sus letras por el PANTEÓN DE LOS ALBA, volvemos sobre nuestros pasos a la Plaza de la Duquesa, sin que hubiera cambiado el marco que dejamos: dos iglesias, cada uno con su convento correspondiente, uno frente a otro y una fuente en el centro. Todo ello cerrado.

Comenzamos a circundar el gran convento, por si hay alguna pequeña puerta camuflada que de acceso a su interior, sin gran suerte; hasta que preguntamos de nuevo y nos muestra la puerta de una vivienda, adosada al convento donde debemos llamar para que nos enseñen el panteón. Llamamos y ¡bingo! un chaval nos dice que si podemos volver en unos minutos que su abuela se está arreglando y que en cuanto termine nos la enseñará.

Así conocemos a Francisca, fiel guardesa de la Iglesia del Monasterio de la Inmaculada Concepción y del aristócrata anexo perteneciente al Duquesado de los Alba de Tormes: el Panteón Familiar.

Francisca, nuestra amable guía
Francisca, una entrañable anciana de 82 años, doblada por años de dolores de espalda, seguramente por años de trabajos físicos, es la encargada de tener impoluta y siempre a punto de revista la iglesia y el panteón y, además, enseñarlo a todo aquel que se acerque a Loeches a ver los insignes sepulcros y lo viene haciendo, con una sonrisa en los labios, desde hace cincuenta y nueve años. Francisca es sevillana, casada y viuda de un cordobés apenas hace dos meses; aunque nos relata que si duro fue perder al compañero de su vida más lo fue la pérdida de un hijo hace un año; "nadie está preparado para vivir la muerte de un hijo", nos dice la abuelilla, mientras vamos acercándonos de su casa a la puerta de la iglesia.

La  villa de Loeches, junto con otras, fue vendida por Felipe II, en épocas flacas de las arcas reales a un aristócrata de la época; de mano en mano fue siendo traspasada y comprada en varias ocasiones hasta terminar en manos del Conde-duque de Olivares, famoso valido de Felipe IV (1633). El valido quiso ejercer su poderío en sus recién compradas tierras y aspiró a regentar el patronazgo del pequeño convento de carmelitas descalzas que había fundado la familia Cárdenas, anteriores propietarios de la villa; pero la celosa priora pidió al altanero Conde-duque pruebas irrefutables de que aquella propuesta tenía el beneplácito del Arzobispado.

El Conde-Duque no olvidó jamás la afrenta carmelitana y unos años después decidió fundar un monasterio tan grande y lujoso frente al de las monjas carmelitas, que le hiciera sombra por los siglos de los siglos; el "Gran Convento", el Convento de la Inmaculada Concepción, construido nada menos que por Alonso Carbonell, arquitecto real, que construyera entre otras obras, el Casón del Buen Retiro. Esto nos lo cuenta Francisca mientras contemplamos cada una de las aristócratas sepulturas de la Casa de Alba.





El Monasterio guardaba entre sus paredes varios cientos de obras de los más grandes pintores de la época, regalos tanto de Felipe IV como de su valido y donaciones de familiares de las Madres Dominicas: Tizziano, Tintoretto, Rubens, Bassano, hasta que en 1808, la apisonadora francesa de Napoleón, esquilmó el convento, saqueando los lienzos y dejando los marcos de muestra. Hoy, la mayoría de aquellas pinturas pueden contemplarse en  el Louvre.

Nos cuenta Francisca que hoy ya no hay monjitas dominicas; las pocas que quedaban han sido trasladadas a otros conventos; sin embargo, en el de las Carmelitas permanecen trece monjitas que sobreviven gracias a la fabricación de mermeladas, cuya fama está trascendiendo la comarca.

El lector se preguntará, como me preguntaba yo, dónde está el nexo de unión entre el Conde-Duque de Olivares y la Casa de Alba de Tormes, para terminar enterrados todos en el mismo panteón.

Nuestro Conde-Duque supo mover los hilos del gobierno, manteniendo entretenido a un imberbe Carlos IV, que comenzó a reinar a los dieciséis años, hasta que enredos de Corte hacen que pierda el favor real y fue desterrado a Loeches en primera instancia y posteriormente, a Toro (Zamora). A su muerte, sus restos fueron trasladados al Monasterio y enterrados bajo el altar mayor de la iglesia, al igual que lo serían, años despuès los de su mujer la Duquesa, doña Inés de Zúñiga y Velasco -personaje que inmortalizara Benito Pérez Galdós, en su obra Doña Perfecta- y su hija.. Con el tiempo, el resto de familiares del Conde-Duque fueron siendo enterrados en una cripta subterránea, hasta que doña Catalina de Haro y Guzmán, VI Conde-Duquesa de Olivares contrajo matrimonio con don Francisco Álvarez de Toledo, X Duque de Alba y a partir de ese momento, dejó de usarse la cripta para enterramientos de la familia Olivares.

El Monasterio quedó custodiando los restos del denostado Conde-Duque y sus familiares durante siglos, exactamente hasta 1909, año en que fallece Francisca de Sales y Portocarrero, Condesa de Montijo, y esposa del XV Duque de Alba. Entre el viudo y la desgraciada hermana de la Condesa, la emperatriz Eugenia de Montijo, deciden construir un mausoleo digno de la fallecida y tras varios proyectos que se debatían entre restaurar la cripta o crear un panteón de nuevo cuño, se opta por esta última opción.

El mausoleo diseñado por el arquitecto Juan Bautista Lázaro sobre el que otrora fuera la cripta de los Olivares, entre lo que fue el Palacio del Conde-Duque (del que no queda nada más que la portada) y el Monasterio es el que hoy estamos visitando, consistente en una gran capilla trilobulada, donde se disponen los sarcófagos de mármol negro, de tres en tres. Francisca puntualiza que es copia exacta del Panteón Real de El Escorial -salvando las distancias, corrijo yo-.


En el panteón que está forrado todo él de mármol de Carrara, reluce con luz propia un sarcófago de una delicada belleza y no es otro que el de Paca Alba, la Condesa de Montijo, para cuya realización posó su hermana, la Emperatriz Eugenia de Montijo, casada con Napoleón III:

Al Panteón fueron trasladados los restos de otros miembros de la familia Alba que estaban desperdigados por distintas iglesias del territorio nacional.

Las cenizas de nuestra duquesita se dividieron entre Sevilla, en la Iglesia del Valle sede de la Hermandad de Los Gitanos, en una capilla ante la imagen de su amado Cristo, con un breve oficio religioso, al que asistieron solamente los familiares directos; y Loeches, a donde un año después se trajo una hornacina con el resto de cenizas; en esta ocasión sin presencia familiar; tan sólo el Administrador de la Familia Alba en Sevilla y una atribulada Francisca que triste rezaba a su querida Duquesa.

Y junto a ella, reposan sus dos primeros maridos, don Luis Martínez de Irujo y don Jesús Aguirre , así como sus padres y sus abuelos.









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