Rastro de Madrid


¿Hace mucho que no pasáis una soleada mañanita de domingo en el rastro madrileño? Anteayer disfrutamos de rastro, de mañanita y de sol; y todo fue perfecto salvo la afluencia de público. Según las estadísticas,  cuatro personas por metro cuadrado es el equivalente de una concentración de transporte público en hora punta, luego, nosotros estábamos lo mismo pero versión japonesa; es decir, de canto, que podrían caber hasta seis personas por metro cuadrado.



Según me he documentado, es difícil delimitar los comienzos del Rastro como sitio de comercio ambulante. A través de diversos documentos recopilados se puede asegurar que a finales del siglo XV se abrió el primer matadero municipal y que al poco tiempo de abierto sería trasladado al Cerrillo del Rastro (de hecho ya aparece en el plano de Madrid hecho por Texeira en 1656). El matadero sería también el origen del nombre de Rastro, debido al rastro de sangre que dejaban al trasladar las reses ya muertas desde el matadero hasta las curtidurías. Al abrigo del matadero, se concentrarían aquí también, negocios de carnicería, curtidores de piel (de ahí el nombre de Ribera de Curtidores) y fábricas de productos derivados del sebo (velas, cirios, etc.). El siglo XVIII traería vendedores de productos comestibles, herramientas, quincalla e incluso objetos robados.

Y ya es en el siglo XIX cuando se iría delimitando un rastro como lo concebimos hoy en día, alejándose del matadero y del concepto de sus orígenes, aunquel aquél siguiera funcionando entre semana. Llegaron los chamarileros, las almonedas, los anticuarios, los comercios de libros antiguos, etc.  Empezaron a proliferar los puestos desmontables y el Rastro comenzó a recibir no sólo la visita de los madrileños sino de los foráneos, a la caza de ese tesoro por dos perras. Ya Fernández de los Ríos, en su "Guía de Madrid, Manual del madrileño y el forastero" habla del Rastro de los domingos por la mañana, donde se venden cosas antiguas "de mérito" en medio de desperdicios. En varias ocasiones se ha intentado trasladar el Rastro de los puestos desmontables a otro sitio, pero nunca lo han conseguido.
Me han sorprendido estos inicios del Rastro tan remotos y más aún la respuesta de mi madre al preguntarle si ella, de niña, solía visitar el Rastro: "visitarlo sí, pero no por placer; me mandaba mi madre los domingos a vender sábanas". Sábanas de hilo que habían conocido mejores tiempos que aquellos de posguerra, donde una niña de entre 14 ó 15 años, con un padre en la cárcel y una madre intentando sacar unas perrillas para que sus hijos pudieran llevarse algo a la boca, pregonaba, supongo, su mercancía hasta conseguir su objetivo.

Nadie duda de que el Rastro hoy ya no es lo que era, Sabina ya no va a comprar carricoches de miga de pan ni soldaditos de plomo y dudo que tras cada puesto de "cosas viejas" halla una historia que contar. La gran mayoría de puestos son minicomercios ambulantes de artículos de baja calidad, cuyos propietarios compran, venden y pagan sus rigurosos impuestos. Los pocos puestos que quedan de cosas antiguas están tomados por gitanos y los precios distan mucho de ser bicocas; y cuando encuentras ese chollo sabanero que pregona la 212 de Carlina Herrera a 10 euros, puedes apostar a que es el producto del robo de la perfumería de cualquier barrio de Madrid.

A pesar de todos los pesares, sigo siendo una enamorada fiel de los mercadillos y en mis viajes siempre reservo un par de horas o tres para visitar el flea market de turno
La llegada a la Plaza de Tirso de Molina, uno de los varios accesos al madrileño rastro, ya es sorprendente. Tomada literalmente por el rojo carmesí de, igual da, el motivo que sea; aquí se dan cita grupúsculos con una misma insignia -ser muy, muy comunistas-, en su intento por mantener vivos unos ideales trasnochados, sin cabida en la sociedad actual: Colectivos de Jóvenes Comunistas, ComunistasUruguayos , Comunismo Cubano, Republicanos añorantes. Si Tirso de Molina, fraile y autor teatral del siglo XVI, que diera nombre a la plaza, levantara la cabeza, lo haría para, rápidamente, cambiar el título a su obra más conocida  "Don Gil de las calzas verdes" , calzas que por aquello del mimetismo pasarían a ser rojas, para dar gusto al personal.
Apiñaditos, muy apiñaditos, subimos Ribera de Curtidores arriba; hicimos nuestra parada de rigor para dar debida cuenta a una ración de sardinas con pimientitos de Padrón y llegamos a la Plaza de Cascorro, con su estatua de Eloy Gonzalo, héroe de la guerra de Cuba.

San Cayetano, conocida por la calle de los pintores y en la que no hay ya pintores o la calle de Fray Ceferino González, conocida por la de los pájaros y en la que ya está prohibido vender pájaros,......, son dos de las principales calles de este rastro tan madrileño y tan nuestro, que junto con media docena de ellas más y alguna que otra plaza como la del General Vara del Rey, marcan sus límites. Curioso es el fenómeno producido en dicha plaza, a la que padres con sus hijos acuden para hacer sus trueques particulares de cromos del álbum del momento: fútbol, Heidi,......... ¡Para ya de comprarle Phoskitos a tu hijo, para conseguir aquél cromo que le falta para culminar el album de Spiderman!, llevátelo una mañanita de domingo al Rastro y allí lo conseguirás.


Mi visita al Rastro no podía terminar sin una comida rica, rica en La Burbuja que ríe. Reconozco que es un poco de masoquismo: más de media hora esperando mesa, la garganta echa polvo, pues hablar con tu acompañante y entenderse significa subir el tono de la voz por encima de los 40 dB ambientales,......., pero todo por esa sidrita tan estupenda y esas fabes con almejas que quitan el sentido.

La larga sobremesa hizo que nos sorprendiera la noche, pudiendo disfrutar de unas navideñas y engalanadas plazas Mayor y del Sol.

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