Conocer Madrid - Iglesia de San Sebastián y el barrio de las letras

Virgen de la Novena (Iglesia San Sebastián)
Nuestro paseo de hoy discurre en su mayor parte por el Barrio de las Letras madrileño y lo empezaremos en la Iglesia de San Sebastián ubicada en Atocha 39. Iglesia que puede jactarse de tener registrados más eventos de personajes de las artes y la política que ninguna otra: bautizos, matrimonios, defunciones. Nada más entrar, a la izquierda, nos encontramos con tres enormes placas en las que relacionan tan egregios personajes y los eventos que celebraron en la iglesia.


En 1554 se compran los actuales terrenos para trasladar la iglesia desde su antiguo emplazamiento, que amenazaba ruina y se levanta el actual edificio a cargo de Antonio Sillero, junto con la Capilla del Sagrado Corazón. Era una de las dos iglesias de Madrid a la que se le concedió el "derecho de asilo"; esto es, que cualquier perseguido por la justicia podía refugiarse en ellas.

A lo largo de los años posteriores se le seguirían añadiendo nuevas capillas, como por ejemplo la creada para albergar la Virgen de la Novena, patrona de los cómicos, que cuenta con una bonita historia. Corría el siglo XVI y, como era costumbre entre los lugareños, en un portal de la calle León se veneraba una virgen llamada del Silencio (por la alusión del dedo llevado a los labios del niño -San Juan- que aparece en la imagen). El barrio entero, en el que vivían numerosos poetas, escritores y actores de la farándula, era muy devoto de esta Virgen y el día en que Catalina Flores -tullida y con un caminar dificultoso con muletas- ofreció a la virgen rezarle una novena si experimentaba alguna mejoría y salió corriendo sin muletas; el barrio entero hizo suya aquella promesa. Trasladaron la imagen a la Iglesia de San Sebastián y constituyeron su congregación en 1624.

Iglesia de San Sebastián (Madrid)
Otra capilla, quizá la que más importancia arquitectónica tenga, es la de la Gran Congregación de Arquitectos de Nuestra Señora de Belén en su huida a Egipto, que aprovechando la vieja sacristía de la Iglesia de San Sebastián construyó su capilla (con entrada independiente, incluso) en 1693 y sería completamente reformada por Ventura Rodríguez al siglo siguiente. Aquí es donde aparece otra historia rocambolesca de nuestro Madrid del XIX.

En 1811 moría Juan de Villanueva -ahí es nada: autor del Real Sitio de Aranjuez, del Real Observatorio y del Museo del Prado; fue enterrado con gran boato en la Capilla de la Congregación y aquí sigue. Pero no sólo; a los sesenta años de haber sido enterrado, le traen un compañero, Ventura Rodríguez; que había fallecido en 1785 y se encontraba enterrado en la Iglesia de San Martín -obra suya-, junto con su esposa. En 1869, las Cortes retoman una antigua idea de crear un Panteón de Hombres Ilustres; se creó la lista de las personas que gozarían del prestigio de ser enterrados en el panteón, pero de ella tan sólo de doce encontraron restos (entre ellos los dos arquitectos). Fueron trasladados con mucha solemnidad a la desaparecida Iglesia de Nuestra Señora de Atocha y posteriormente al Panteón inaugurado en San Francisco el Grande y quedaron en una capilla lateral hasta la construcción de unos lujosos mausoleos de mármol. Como ese momento no llegaba, los arquitectos de la Cofradía reclamaron los restos de Villanueva y ya, de paso, los de Ventura Rodríguez y aquí se encuentran, inseparables desde entonces.

Si por algo tiene fama la Iglesia de San Sebastián es por sus enterramientos. Los de los nobles, que se llevaban a cabo en el interior de la iglesia y, los del resto, en el huerto aledaño al templo. De ahí el dicho de "llevar al huerto". Hoy aquel huerto, donde reposan los restos de Lope de Vega y de Ramón de la Cruz –aunque no se sabe dónde exactamente, pues por avatares de la historia, sus restos pasarían en algún momento a  una fosa común,  son una renombrada floristería de la capital. Este pequeño cementerio también inspiraría a uno de mis escritores preferidos, José de Cadalso, su magistral  Noches Lúgubres, que fue sin duda la primera obra romántica española. Se cuentan muchas cosas: que en realidad es autobiográfica y que lo que pretendió fue desenterrar a su amada Divina, la actriz María Ignacia Ibáñez, que había muerto dos años antes de la publicación del libro; que había escrito una poesía con la que se enterró a su amada y pretendía recuperarlo; .... Verdad o mentira, me quedo con la versión de su pretensión de desenterrarla; ¿puede haber algo más romántico?

Estos enterramientos que se llevaban a cabo en las iglesias fueron en un momento dado asunto de estado por la insalubridad que representaban para la ciudad. Se cuenta que como consecuencia de la onda expansiva del terremoto de Lisboa habido en 1755, que se dejó sentir en Madrid, aparecían cadáveres por los alrededores de las iglesias. En 1787 ya, Carlos III dicta una pragmática para que los cementerios se situaran fuera de las ciudades, para evitar los contagios de enfermedades, pero se seguían haciendo. Unos años más tarde, los franceses vinieron a enmendarnos la plana. "Pepe Botella, en 1809, decretaría la siguiente orden:

" Don Josef Napoleón, por la gracia de Dios y por la Constitución del Estado, Rei de las Españas y de las Indias.
«Considerando muí conforme á las reglas de una buena policía cortar de raíz todas las causas que pueden influir en la putrefacción del aire, y dañar á la salud pública, en cuya conservación debe esmerarse tanto la solicitud y zelo del gobierno; y observando que, principalmente en las actuales circunstancias, nada se opone mas á lograr tan saludable objeto como permitir la práctica de enterrar los cadáveres en las iglesias, abuso contrario á la sana razon, á la política, al respeto debido á los templos, y á los preceptos de la disciplina eclesiástica de los mejores tiempos,...

La verdad, es que la práctica se sigue manteniendo hasta la fecha y si dispone usted del dinero suficiente, puede ser enterrado en la mismísima Almudena.

Casualidades. Hace un par de días terminé un libro delicioso cuyos personajes se movían precisamente en el entorno de la Iglesia de San Sebastián y sus alrededores y que recomiendo a todo aquel que se interese por conocer cómo era la vida de nuestro viejo Madrid a finales del XIX; se trata de Misericordia de Benito Pérez Galdós.

Otra de las capillas es la de la carmelita descalza, Maravillas de Jesús, monja que suscitó una gran polémica en el Congreso entre nuestros políticos, treinta y cuatro años después de muerta, seguro que muy a su pesar. María de las Maravillas fue bautizada, en 1891, en esta parroquia; hija de nobles, desde pequeña supo cuál era su vocación y se ordenó monja en las Carmelitas Descalzas de El Escorial. Sin esperar mucho fundó el primero de muchos conventos que crearía (hasta en la India), en el centro geográfico de España, el Cerro de los Ángeles. El convento fue profanado nada más comenzar la guerra civil y las monjas, detenidas. Tras la contienda continuó fundando conventos carmelitanos hasta su muerte en 1974. El papa Juan Pablo II la canonizó en 2003, tras varios milagros que se le atribuyen y cinco años después surgiría la polémica nada menos que en la Cámara Baja. A propuesta del Partido Popular se sugería colocar una placa en el lugar de nacimiento de la nueva santa madrileña, que resultó ser el solar donde existen unas dependencias del Congreso de los Diputados. A ello el Partido Socialista (con la excepción de Bono) se negó en rotundo y llegaron a provocar una sesión de urgencia de la Cámara, que vetó por mayoría, la susodicha placa.

La Iglesia de San Sebastián hoy y a pesar de ser Monumento Histórico-Artístico, poco conserva de lo que fue en otros tiempos. En 1936 la iglesia fue asaltada y quemados sus retablos y altares por las hordas republicanas y a finales de ese mismo año un avión lanza una bomba que da de lleno en la iglesia. En 1959 terminan los trabajos de reconstrucción de la nueva iglesia y hoy se pueden observar claramente las dos zonas: la antigua, con las Capillas de Belén, del Sagrado Corazón y la de la Virgen de la Misericordia, y la moderna.

Tiene dos fachadas; la de la calle de Atocha, sencilla, con arco de medio punto y la de la calle San Sebastián, neoclásica con columnas jónicas que soportan el frontón y que sustituyó a la antigua churrigueresca, del siglo XVI. El interior, de nave centralizada, iluminada por la gran cúpula sustentada por pechinas y representando a los cuatro evangelistas. El altar es cuadrado y la disposición de los bancos es de asamblea, alrededor del altar.

Nos dirigimos ahora a la Plaza Santa Ana por la calle de San Sebastián. El nombre de la plaza procede de la existencia del convento carmelita fundado por San Juan de la Cruz y derribado por los franceses para hacer la plaza. No en vano a José Botella se le conocía cono "El Plazuelas". En su inauguración, José I dio orden de situar en su centro una estatua llamada Carlos V y el furor, obra de Leone Leoni, que había viajado de la bóveda del Alcázar al palacio de Aranjuez, de allí a los jardines del Buen Retiro; más tarde al Palacio Buenavista, residencia de Godoy, hasta que el rey francés opina que la estatua es del pueblo y al pueblo se le debe restituir. No sería su último viaje, pues hoy se encuentra en el Museo del Prado. Nos cuenta nuestra queridísima Marta, que la estatua, de la que puede separarse la armadura del cuerpo, presenta un Carlos V desnudo, al estilo greco-romano y, ¡oh sorpresa! con un "moreno agromán".

En un ángulo de la plaza, mirando de frente al Teatro Español se encuentra la estatua de Calderón de la Barca, genio del barroco español. Madrileño (1600-1681), de familia hidalga y educado en los jesuitas, con una sólida formación cultural; se ordenó sacerdote a una avanzada edad. De carácter retraído y melancólico, era el contrapunto de Lope de Vega; Calderón se dirigía a un público noble, con sus autos sacramentales, sus obras mitológicas, sus zarzuelas; mientras que Lope orientaba su teatro hacia clases más populares.

Estatua Calderón de la Barca (Plaza Santa Ana)
La figura de Calderón aparece con el hábito de la Orden de Santiago, con una figura femenina detrás que simboliza la Alegoría del teatro y una máscara alegórica del drama y en el pedestal cuatro relieves en bronce con figuras que relatan pasajes de cuatro de sus obras: La vida es sueño, El Alcalde de Zalamea, La danza de la muerte y El escondido y la tapada. En los laterales dos altorrelieves de mármol representan la tragedia y la comedia y la guerra y la poesía.

Ahora dirigir vuestra mirada, igual que Calderón, hacia el Teatro Español, que existe allí desde el siglo XVII, aunque entonces con el nombre de Corral del Príncipe y anexo a otro aún más antiguo, el de la Pacheca. Ya en ese siglo había cinco corralas en Madrid, que por su proximidad, podíamos hablar de un barrio o distrito de las comedias. Aunque Felipe IV fue un fiel asistente a la Corrala de la Cruz, pues allí actuaba María Calderón, la Calderona, amante suyo  y madre de un bastardo real.

El nacimiento de estos corrales, precursores de nuestros teatros actuales, surgieron en el siglo XVI, promovidos por las Cofradías que necesitadas de dinero para crear hospitales y socorrer a sus cofrades más necesitados, solicitaron autorización a Felipe II para representar obras teatrales en los corrales de sus casas -lugares contiguas a las viviendas, utilizadas para guardar animales, aperos de labranza, etc.- y ganar unos dineros para sus desinteresadas obras. Con el tiempo se pensó que sería más operativo crear corralas ad hoc, para no tener que quitar y poner los tablados, asientos, etc., así, se crearon una especie de teatros manteniendo la estructura de la corrala: un recinto rectangular, en cuya parte más estrecha se encontraría el tablado -así llamado por el predominio de las tablas- del escenario, opuesto a la entrada, elevado a metro y medio; detrás de él se encontraba el balcón de apariencias para escenografías y tras él los vestuarios de las actrices, mientras que los camerinos para los actores se situaban debajo del propio tablado.

Enfrente, se hallaba el zaguán de entrada al patio, con la contaduría y el guardarropas y desde allí se subía a la "cazuela", reservada a las mujeres que no pertenecían a las clases sociales de prestigio; a los aposentos, que eran los corredores de las casas y que constituían las partes nobles del teatro, que ocupaban los nobles o familias influyentes, habiendo uno o varios reservados para las autoridades del Reino y/o el Ayuntamiento. Una de las galerías, llamada "tertulia" era una galería cerrada por una celosía para quien deseaban presenciar la obra y no ser visto. El patio del corral que constituía el auténtico auditorio tenía el suelo empedrado con cantos rodados y estaba ligeramente inclinado para la recogida de aguas y en él se sentaban los hombres y otro nutrido número de ellos que permanecía de pie, se trataba de "los mosqueteros", que tenían potestad para silbar, gritar, aplaudir o abuchear y de ellos dependía, en gran medida, que la obra fuera un éxito o un fracaso. Igual que estos mosqueteros, existía un personaje peculiar  de estas corralas, que era "el apretador", dedicado a empujar a las mujeres para que cupieran más y, por supuesto, el alguacil, que velaba por el buen orden durante la representación.

El actual Teatro Español hoy fue la Corrala del Príncipe de ayer  cuyos terrenos compró la Cofradía de la Soledad y a la que se añadió a los pocos años un piso más. En 1745 se construyó un nuevo teatro -a la manera italiana- obra de Juan Bautista Sachetti y Ventura Rodríguez. En 1802 se produce un incendio, quedando en pie tan sólo la estructura exterior. En 1807, se compran algunas casas anejas y Juan de Villanueva sería el encargado de reedificar el nuevo teatro. Poco queda ya de aquella última construcción, pues nuevos incendios y múltiples reformas conforman el Teatro Español que hoy vemos.

Estas representaciones eran verdaderamente austeras. No había decorados y el telón era una cortina que se corría. No solían durar mucho en cartel; la que llegaba a la semana, se podía considerar ya de éxito asegurado. Una muestra inequívoca de que la obra había triunfado era la cantidad de mierda de caballo que había en la puerta, pues era señal de que había llegado gente de fuera, a caballo; es decir, la fama de la comedia había trascendido la frontera capitalina. De ahí la frase tan afincada entre la gente del teatro de "desear mucha mierda".

Continuamos por la calle del Prado hasta la calle León. En esta última calle, que conserva el nombre desde el siglo XVI, aparece al principio de la misma la palabra "Mentidero", porque precisamente allí estaba el Mentidero de representantes o de cómicos; lugar donde se firmaban los contratos, se hacían trapicheos,... La calle, que terminó llamándose León, se debe a que un extranjero apareció con un león debajo de una sábana y cobraba dos maravedís por verlo.

Calle Lope de Vega, Quevedo y, finalmente Cervantes. Decía Pérez Reverte en un artículo: "Me gusta la calle Cervantes de Madrid. No porque sea especialmente bonita, que no lo es, sino porque cada vez que la piso tengo la impresión de cruzarme con amistosos fantasmas que por allí transitan. En la esquina con la calle Quevedo, uno se encuentra exactamente entre la casa de Lope de Vega y la calle donde vivió Francisco de Quevedo, pudiendo ver, al fondo, el muro de ladrillo del convento de las Trinitarias, donde enterraron a Cervantes. "
Convento de las Trinitarias

En la calle León esquina con Francos muere Miguel de Cervantes en 1833 en la que será su última vivienda. Por deseo expreso suyo sería enterrado en el Convento de las Trinitarias, monjas con las que tenía lazos de reconocimiento, pues gracias a sus gestiones y dineros lograron librar en Argel de ser enviado a Constantinopla.
Placa Cervantes en Convento Trinitarias
Casa de Cervantes

Más tarde, la casa saldría a subasta y la adquiere Luis Franco, que se dispone a derribarla, pues estaba en estado ruinoso y hacer una casa nueva con varias plantas. Mesonero Romanos escribió un artículo denunciando el hecho, que llegó a oídos de Fernando VII, quien dispuso que se suspendiera el derribo, pero el propietario no cejó en su empeño y cuando se quisieron tomar medidas, ya era tarde. Solo se consigue cambiar el nombre de la calle de Francos a Cervantes.

En la calle Quevedo (antiguamente del Niño) esquina con Lope de Vega, frente al Convento de las Trinitarias, se encuentra el edificio donde otrora estuviera la vivienda de Francisco de Quevedo, una placa así lo atestigua.

Casa Quevedo
Francisco de Quevedo nace en Madrid en 1580, en el seno de una familia aristocrática. Una de las figuras más complejas e importante del Siglo de Oro español. Docto en teología y conocedor de numerosas lenguas muertas y modernas, destacaba por su gran cultura.

Trabajo para el Virrey de Nápoles y Sicilia y se vio envuelto en sucesos oscuros que le llevaron al destierro, presidio y arresto domiciliario en varias ocasiones. Una de ellas, por ejemplo, por defender el que el patrón de España tenía que ser el Apóstol Santiago, enfrentándose a los carmelitas, cuya propuesta era Santa Teresa de Jesús. De carácter agrio, su vida fue más bien desgraciada, con un matrimonio que apenas duró unos meses -era un misógino declarado-. Muere dos años después de ser liberado de su último encarcelamiento en Villanueva de los Infantes.

Sin embargo, otra gran figura de las letras barrocas españolas vivió en la finca y no se hace mención a ello, Luis de Góngora. Amigo del buen vivir, Góngora tuvo que vender la casa donde vivía en la calle Cantarranas, para hacer frente a pagos acuciantes y terminó alquilando un pisito en la calle Niño esquina a Lope de Vega; aunque su mala suerte quiso que el propietario fuera íntimo amigo de su más declarado enemigo, Francisco de Quevedo, quien tan sólo tuvo que esperar al primer retraso de Góngora en el alquiler, para que Quevedo activara el desahucio y don Luis se encontrara los muebles en la calle.

Era de conocimiento público las rencillas que existían de unos escritores con otros, pues además con sobrado gracejo y mejor hacer, disparaban a golpe de poesía los insultos al contrario (“Érase una nariz a un hombre pegado,…” Y vive Dios, que a juzgar por el único retrato que nos queda de Góngora, realizado por Velázquez, no le faltaban razón a los versos). Lope y Quevedo eran grandes amigos; sin embargo, a Cervantes no le podían ni ver.

En el 8 de la misma calle Lope de Vega se encuentra el Convento de las Trinitarias. El convento fue fundado en 1612 por doña Francisca Romero Gaitán, hija de un capitán de Felipe III, para cuyo fin aportó unas casas de su propiedad. Numerosos problemas hicieron que doña Francisca abandonara el patronazgo. En 1630, la marquesa viuda de la Laguna afronta los gastos del convento, pero la situación era difícil y doña Francisca reclamaba sus casas. No sería hasta 1673 que se construiría la iglesia por José de Arroyo y Miguel Chocarro  y hacia 1694, el convento por Francisco Ruiz y Juan Ruiz.

La fachada es muy sencilla. A la iglesia se entra por un pórtico de tres arcos de medio punto con rejas del XVII; en las que figura un relieve de la casulla de San Ildefonso y el escudo de la orden trinitaria y en los lados los escudos de los marqueses de la Laguna. Aunque no entramos, Marta nos habla del barroquismo interior  de la iglesia.

El día que muere Lope de Vega, todo Madrid se echó a la calle a acompañar el sepelio, que pasó por la puerta del Convento para que su hija, monja de clausura, pudiera dar el último a adiós a su padre.

Ya comentamos que por deseo expreso de Miguel de Cervantes el insigne escritor fue enterrado en la primitiva iglesia del convento, pero se desconocía el sitio exacto en que se encontraban sus restos.. Gracias a documentos analizados por historiadores, parece que en algún momento las cajas con los huesos fueron desenterradas y trasladadas a la cripta de la nueva iglesia. El proyecto de la búsqueda de tan egregios restos dio su fruto el año pasado y al parecer encontraron restos del Quijote.

Al parecer no está garantizado al cien por cien que los restos hallados sean de Miguel de Cervantes, pues faltaría la prueba concluyente del ADN, pero todo apunta a que entre los restos están los del escritor. Restos que pertenecen a 16 difuntos –seis hombres, cinco mujeres y seis niños- procedentes de una reducción que se llevó a cabo con la construcción de la nueva iglesia tras el traslado de los enterramientos desde la vieja. (Una mandíbula a la que le faltan piezas parece que es concluyente con algo que dejó escrito Cervantes sobre la falta de piezas dentales).

En marzo del año pasado, la entonces Alcaldesa de Madrid, Ana Botella, y miembros de la RAE, descubren una placa conmemorativa realizada al efecto, con unas frases de  Los trabajos de Pirsiles y Segismunda (aunque el Ayuntamiento haya rebautizado a uno de sus protagonistas a Persiles) y parece que se está barajando la posibilidad de crear una entrada directa por la calle Huertas, pero hasta entonces, al ser un convento de monjas de clausura, sólo se puede visitar entre las 9:00 y las 9:30 por la mañana y entre las 19:00 y las 19:30 por la tarde, en días laborables, y entre las 9:30 y las 10:00 y 11:30 a 12:00 de domingos y festivos, ya que son las horas previas a las misas en la iglesia.

Jardín Casa Lope de Vega
Finalmente, llegamos a la Casa Museo de Lope de Vega donde teníamos hora concertada para una visita de grupo y una agradabilísima e instruidísima guía nos fue contando historias de don Lope.

Lope de Vega nace en Madrid, en la calle Mayor número 50, en 1562. Esta casa, de la calle Cervantes 11, la compra en 1610 y a ella se va a vivir junto con su segunda esposa, Juana de Guardo y algunos de sus diecisiete hijos. Cuando fallece Lope lega la casa a su hija Feliciana, de quien pasó al último nieto conocido del autor, quien a su vez la vendió a la comedianta Mariana Romero en 1674, pasando por varias familias anónimas, sufriendo durante este tiempo ciertas modificaciones.

La RAE compra la casa y encarga su rehabilitación a Pedro Muguruza (arquitecto del Valle de los Caídos) y en 1935, cuando se cumplían 300 años de la muerte de Lope, el edificio se declaró como monumento y se convirtió en museo.

Cocina Casa Lope de Vega
En 1561, la corte, que hasta entonces había sido itinerante, con Felipe II se traslada a Madrid, convirtiéndola en capital del reino y haciendo una corte fija como ocurría en el resto de Europa. Madrid, “convertida en la Babilonia que llenaba de asombro a todo el que la contemplaba”, según las propias palabras del autor.

Fue tal la avalancha de gente que se trasladó a esta pequeña y tranquila villa, que su población aumentó exponencialmente. Por ello, las autoridades competentes pusieron en marcha la norma “Regalía de aposento”, que ya existía desde el medievo, mediante la cual se garantizaba el hospedaje de la familia real, cortesanos y funcionarios durante sus viajes y estancias en localidades por las que pasaban. Como hecha la ley, hecha la trampa, aparecieron las “casas a la malicia”; es decir por fuera daba sensación de tener una planta y por dentro podía tener tres, escondidas, en sótanos, tejados tan inclinados que escondía una planta más, etc.

La casa de Lope, en 1610 no pasa la Comisión que se ocupa de dirimir qué casas deben acoger algún alto personaje a “cama y mesa puestas”. Lope decide ceder por amistad y da hospedaje al Capitán Alonso Contreras. Más tarde, preferiría pagar el impuesto especial de 4.500 maravedíes, para no vivir con nadie.

Dormitorio Lope de Vega
Lope de Vega fue uno de los más importantes escritores de la historia de la literatura española. Mantuvo siempre una polémica vida y muchas veces alejado de los convencionalismos de la época.

Sus padres, fueron una pareja de montañeses cántabros que vinieron a Madrid para trabajar para la reina como bordadores. Pasó gran parte de su infancia con un tío suyo, Inquisidor de Sevilla. Ingreso en el Colegio Imperial de Madrid cuando tenía diez años y ya era un ávido lector en castellano y latín y escribía comedias. A los quince años marcha a estudiar a Alcalá de Henares. Posteriormente estudió matemáticas, astrología y artes liberales.

Lope fue durante toda su vida, incluida la dedicada al clero, un empedernido conquistador. Ya hablamos de su segundo matrimonio con Juana de Guardo; el primero fue con Isabel de Urbina, con quien se casó por poderes.

Oratorio Casa Lope de Vega
En el amor fue casi tan prolífico como con sus comedias. En 1580 tiene su primer amor, María de Aragón, de quien tuvo una hija que murió a los cinco años. Marcha alistado a las Azores y a su vuelta conoce su segundo amor ( la “Filis de sus textos), Elena Osorio, hija del empresario teatral Jerónimo Velázquez y casada con un actor; pero ésta, cuando queda viuda no vuelve a los brazos de su amante sino que se casa con un millonario. Despechado, publica textos contra Elena Osorio y su familia y es encarcelado y desterrado de la Corte durante cuatro años. Antes de salir de Madrid rapta a Isabel de Urbina, con quien se casaría por poderes en 1588.
En 1589 marcha a Toledo donde trabajaría como Secretario de don Francisco de Rivera y más tarde del duque de Alba. Seguía escribiendo y parecía el periodo más tranquilo de su vida cuando muere su hija Antonia y poco después su esposa Isabel de Urbina, al dar a luz.

Una vez de regreso a Madrid, vuelve a las andadas. Es procesado por amancebamiento con Antonia Trillo de Armenta, saldría también con la actriz Micaela de Luján y en 1598 se casa en la Iglesia de Santa Cruz con Juana de Guardo, al parecer un matrimonio de conveniencia, pues la novia aportaba una generosa dote.

Lope no paraba de escribir y de publicar obras de teatro, aunque en 1598, Felipe II decreta cerrar los teatros por razones de moralidad, lo que representó un parón para el escritor, que afortunadamente no duró más de un año.

Durante 1599 y 1608 vivió con la actriz Micaela de Luján en Sevilla, Granada, Toledo  Madrid, mientras pasaba otras temporadas con su mujer Juana de Guardo. De los nueve hijos que la comedianta tenía, cuatro eran de Lope.

Cuando tenía 45 años entra a trabajar con don Luis Fernández de Córdova, duque de Sessa, siendo a todos los efectos su protegido. Alquiló una casa en la calle Júcar para vivir con Micaela mientras la mujer permanecía en Toledo.
Un año más tarde, ingresó en la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento, compró la casa que hoy visitamos.

En 1614 se ordena sacerdote. Pero su vida amorosa, aunque algo más tranquila no cejó: la actriz Lucía Salcedo y su último amor, Marta de Nevares. Ese fue un tiempo pletórico para Lope, que lo vivió rodeado de éxito. Según sus propias palabras había llegado a firmar “novecientas comedias, doce libros de diversos sujetos, prosa y verso, y tantos papeles sueltos de varios sujetos, que no llegaría jamás lo impreso a lo que está por imprimir; y he adquirido enemigos, censores, asechanzas, envidias, notas, reprensiones y cuidados...”
Estudio Casa Lope de Vega

Marta de Nevares, que ya vivía con Lope, quedó ciega, lo que supuso un duro golpe para el poeta. Su hija Marcela le concedió cierta alegría al anunciarle su ingreso, en 1623, en las Trinitarias Descalzas.

En 1632 murió en la casa de la hoy calle Cervantes. Marta de Nevares, el último gran amor en la vida de Lope de Vega y tres años después la seguiría el propio Lope.

El duque de Sessa, su amigo y mentor corrió con todos los gastos del sepelio y entierro y su sepultura en la Iglesia de San Sebastián, pero unos años después, pasaron a una fosa común por falta de pago y de ahí que hoy se desconozca dónde están exactamente sus restos.

Lo primero que llama la atención en la casa de Lope de Vega es el huerto, donde al parecer pasaba muchísimas horas cuidando sus plantas. Tenía un naranjo, un laurel, un ciprés, una higuera, un gallinero o palomar y un pozo.

El estudio es, sin duda, el plato fuerte de la casa. Aunque nos comenta nuestra guía que ya no queda nada de los siglos XVI o XVII, pero está muy bien recreado y sólo con pensar que aquí se ha podido gestar Fuenteovejuna, El caballero de Olmedo o La Dorotea, entre muchos, produce escalofríos.

Es estrado es una estancia característica del Siglo de Oro,en la que era costumbre sentarse al estilo turco de piernas cruzadas, aunque ya en el XVII pasaría a ser un espacio exclusivamente femenino: reservado para costura, punto, lectura, oración o simple tertulia.

Al lado del estudio se encuentra la alcoba de las hijas; sobre todo de Feliciana, su heredera universal y Antonia Clara, que fueron las que más vivieron con él. En esta habitación viviría Lope uno de los dramas de su vida al comprobar que su hija Antonia Clara, con 17 años, ha huido con su amante galán.

Las alcobas  no tienen ventanas y nuestra guía nos comenta que estaban prohibidas por ley.

Pasamos a la pequeña habitación del poeta. En ella murió. Un ventanuco permitía a Lope ver desde su cama el oratorio y poder rezar al altísimo y a San Isidro.

Nuestra guía nos llama la atención sobre lo cortas que eran las camas entonces y nos pregunta por qué creíamos que era así. Casi unánimemente contestamos que la altura era menor que ahora. Y ella responde que San Isidro, por ejemplo, medía 1,90 m. Sus razones: 1º) No dormían tumbados sino medio sentados con grandes cojines detrás; 2º) Lope, por ejemplo, desayunaba torreznos; sentado tendría menos probabilidades de vomitar el desayuno y 3º) por pura superstición, pues se pensaba que un cuerpo yacente, significaba muerto inequívocamente.

El comedor, con mobiliario típicamente español, con cerámica de Talavera y bodegones flamencos. A continuación, la cocina. Nos explica que está colocada ahí por sinergia del museo, pero que seguramente estaría en la planta baja. Azorín en su visita apuntó que sería imposible concentrarse a escribir teniendo el bullicio de la cocina tan cerca.

En la segunda planta, recrean el cuarto de huéspedes -donde podría perfectamente haber dormido el Capitán Contreras-. Y cercanoa la alcoba de las sirvientas y la de los hijos del escritor -Lope Félix y Carlos Félix.


Está bien mantenida y recreada cómo debió de ser.

Las visitas son de martes a domingo de 10:00 a 18:00. Se trata de visitas guiadas de un máximo de diez personas. Es gratuita. Dura unos 45 minutos y se ofrecen en español, inglés y francés.

Información y reservas:

casamuseolopedevega@madrid.org













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